14 de septiembre de 2009

Intrincación

Existen pocas entidades como tú, y de aquellas pocas, menos son las que comparten el sentido de tu semejanza.

Mis sueños tampoco retratan tu ser. Como todo lo que muere, se rearma con virtudes exageradas y nostálgicas de lo ideal. Y si bien lo creí en el pasado, los hechos claramente registran tu desatino e inmadurez.

Aquella que extraño.

Existe poco, pero de lo poco mucho puedo edificar. Así, morando una atalaya invertida hacia la tierra, soy capaz de apreciar la belleza intrínseca del desengaño y el desamor (quizas solo una fracción, un trocito de amargura que no llega a evaporarse). Si llegan a ser cosas lo que rescato de tí, serían aquellos conceptos trágicos miniaturizados para la vida.

Me basta. Me bastaste.

Y la rabia que llega sin ser llamada, no conduce a tí por mas que de ello te jactes. Siendo un monstruo de juegos emocionales, tus engaños no me quiebran tanto como lo hizo mi ingenuidad.

Si algun día llegase a robar un amor, quisiera que sea un poquito revuelto como el tuyo. De esos que remecen, y que obran por malicia. De esos que me llueven cuando se apaga su tinta.

Lo mas burdo posible, del burdel surrealista de nuestra "ex-comunión".

3 de septiembre de 2009

Primero de Septiembre

Cuando el sol se empezaba a esconder, un pulso ardiente comenzaba a crecer en mí. Ni los peros de la autoridad, ni los cuandos de mi hermana lo detenían.

Era prófugo, era indomable. Me lo recuerda el aroma a tierra bien seca (ahora extinta en el mar del concreto), o el ruido de un motor fugaz en la reja de alguna morada.

¡Cómo recuerdo aquellas noches!

Calzando la indumentaria de la rivalidad, cuidadosamente atada con las intrucciones del maestro, me entregaba a la espera de un nuevo capítulo de la guerra sin fín. Las paredes del patio se veían manchadas de tantas derrotas pasadas y que, esperaba, acabaran algun día. Incluso el tormento que me era impuesto por mamá de limpiar los manchas significaba un incentivo adicional para mi sed de triunfo.

Y cuando llegaba el momento, un ruido de un Chevrolet rojo enganchandose, gritar no bastaba. Era el feliz encuentro de padre e hijo, que se esperaban para abrazarse.

Pero la pelota cortaba la emotividad como un arma despiadada. Papá se volvía el invasor y yo el guardian de mi fortaleza. Y mi casa era un refugio, donde escondía los sueños mas hermosos de la niñez, que nacían y crecían en la calma de un mundo que desconocía. Donde el tiempo no tenía dueño, ya que existir aún no te mandaba facturas. Cuando mi anhelo y obligación era crecer en creatividad para nombrar cosas que aún no habían sido descubiertas. Allí, inocente pero implacable, forjé las piezas que me dieron forma, mágicas e indestructibles.

Jamás permití que las dañara (o al menos lo intenté). Dándole la espalda a mi improvisado arco de fútbol atajaba varios, pero siempre eran más los tiros que convertía en cicatrices para mi naciente orgullo.

Dedicado a mi máximo profesor. Yo se que lo leerás algun día